Algunos de nosotros vivimos entre dos mundos que nos presionan y tiranizan. El mundo real, el de todos los días, con esos momentos desagradables de nuestro diario acontecer, o de situaciones mundiales o nacionales inquietantes; y rumiamos nuestros sinsabores por cosas que están fuera de nuestro control.

Sucede también que pasan frente a nosotros porciones de tiempo de felicidad fugaz que dejamos pasar, esperando no se qué. Sin darnos cuenta de que eso es la vida. Lo bueno y lo malo, es un paquete completo, como lo es la relación que tenemos con internet. No podemos vivir sin internet, querámoslo o no, las redes sociales están para informarnos y desinformarnos, para comprar nuestros caprichos y hacer pagos necesarios.

Las redes sociales nos ofrecen el otro mundo, el mundo virtual que está en el aire y sin saber el origen de las publicaciones, muchas veces generadas en regiones tan lejanas. A  última fecha, eso no debe preocuparnos porque la inteligencia artificial, a partir de nuestras interacciones, determina lo que debemos ver, nos ofrece productos similares a los que compramos alguna vez y comparte nuestro perfil sin permiso ni consentimiento. Así se va conformando un mundo virtual a nuestra medida.

El año del 2020 será recordado por la pandemia del COVID, pero sobre todo por ser el año del encierro, de la angustia y de la soledad, donde todos sufrimos a nuestra manera. Las consecuencias se verán en el largo plazo, dependiendo de la edad y las circunstancias de cada uno.

Las redes sociales nos rescataron de un aislamiento total, aprendimos a comunicarnos a distancia por Zoom y fortalecimos otras redes. Algunos trabajos se convirtieron en “home office”. En algunos de nosotros se apoderó un sentimiento de vacío y de motivación, el sentimiento de aislamiento y desconexión era evidente. Bendito internet y redes sociales que vinieron en nuestra ayuda. Sin ellos, nuestro aislamiento hubiera sido un verdadero martirio.

Cuando terminó la clausura, algunos nos sentimos incómodos para relacionarnos en eventos sociales, nos percatamos que las habilidades de interacción social se atrofian si no se practican y tuvimos que reaprender a relacionarnos con los demás, desde los parientes, hasta las amistades cercanas.

Necesitamos también irnos desprendiendo de las redes sociales para volver al mundo real, e ir dejando poco a poco los mundos virtuales que se crean en internet.

En las redes se van formando grupos donde se comparten ideas, creencias y la persona puede afirmar cosas sin sentido, al ser parte de cierta corriente de pensamiento o “teorías de conspiración”. Esta identidad formada en los mundos digitales crea una realidad alterna, despegada de la realidad cotidiana.

Es importante reconocer que vivimos entre dos mundos, uno virtual y otro real. Un problema surge cuando esos mundos entran en conflicto. Necesitamos reconocer que ambos mundos existen en nuestras vidas, y podemos organizarnos para su relación armónica. Algunas personas viven en conflicto en esos dos mundos; por ejemplo, cuando su interacción con las redes sociales, les impide dedicar la energía suficiente para concentrarse en cumplir con sus objetivos, o sus ideales en el mundo real.

Un indicio de cómo los mundos virtuales podrían empezar a afectarnos sin tomar conciencia de ello, es cuando empezamos a formar parte de confabulaciones que existen en internet donde se afirman realidades sin fundamento. Formamos parte de realidades alternas donde nos sentimos cómodos, comprendidos y actualizados cuando otros afirman verdades sin sustento ni objetividad. Nos alejamos del mundo real, dejamos de vivir aquí y ahora. El tiempo y las oportunidades pasan a un ritmo inexorable.